La Liturgia de las Horas, también conocida como Oficio divino o la obra de Dios (opus Dei), es la oración diaria de la Iglesia, que marca las horas de cada día y santifica el día con oración. Las Horas son un diálogo meditativo sobre el misterio de Cristo, que usa Escritura y oración. A veces el diálogo es entre la Iglesia o el alma individual y Dios; a veces es un diálogo entre los miembros de la Iglesia y a veces es incluso entre la Iglesia y el mundo.
"Las Laudes matutinas están dirigidas y ordenadas a santificar la mañana, como salta a la vista en muchos de sus elementos. San Basilio expresa muy bien este carácter matinal con las siguientes palabras: 'Al comenzar el día, oremos para que los primeros impulsos de la mente y del corazón sean para Dios, y no nos preocupemos de cosa alguna antes de habernos llenado de gozo con el pensamiento de Dios, según está escrito: "Me acordé del Señor y me llené de gozo" (Sal 77 [76], 4), ni empleemos nuestro cuerpo en el trabajo antes de poner por obra lo que fue dicho: "A ti te suplico, Señor, por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando"' (Sal 5, 4-5; S. Basilio el Grande, Regulæ fusius tractatæ, resp. 37, 3: PG 31, 1014).
"Se celebran las Vísperas por la tarde, cuando atardece y el día va de caída, 'en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto' (S. Basilio el Grande, Regulæ fusius tractatæ, resp. 37, 3: PG 31, 1015). También hacemos memoria de la rendición por medio de la oración que elevamos 'como el incienso en presencia del Señor', y en la cual 'el alzar de nuestras manos' es 'como ofrenda de la tarde' (cf. Sal 141 [140], 2). Lo cual 'puede aplicarse también con mayor sentido sagrado a aquella verdadera ofrenda de la tarde que el divino Redentor instituyó precisamente en la tarde en santos misterios de la Iglesia, y que ofreció al Padre en la tarde del día siguiente, que representa la cumbre de los siglos, alzando sus manos por la salvación del mundo' (Casiano, De institutione cœnobiorum, lib. 3, cap. 3: PL 49, 124. 125). Y para orientarnos con la esperanza hacia la luz que no conoce ocaso, 'oramos y suplicamos para que la luz retorne siempre a nosotros, pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de la luz eterna' (S. Cipriano, De oratione dominica, 35: PL 4, 560). Precisamente en esta Hora concuerdan nuestras voces con las de las Iglesias orientales, al invocar a la 'luz gozosa de la santa gloria del eterno Padre, Jesucristo bendito; llegados a la puesta del sol, viendo la luz encendida en la tarde, cantamos a Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo…'" (PNGLH, n. 39).
ANUNCIO PADRE JAIME MOLINA